lunes, 30 de mayo de 2011

El encuentro del colibrí




Ya entrada la primavera, una de esas luminosas tardes, fui testigo de este encuentro.

Un ansioso colibrí ululaba entre las plantas del patio trasero de la casa; sus alas parecían vibrar de desesperación al no encontrar alguna exquisita flor que libar. Afanosamente, el colibrí rondaba todas las flores y hierbas sin reparo, hasta que vio aquel olvidado árbol del rincón, tras la maleza, que desde hace ya varias estaciones, no floreaba con exuberancia.

Era tanta la ansiedad del colibrí, que decidió agitar sus alas para volar hasta ese vetusto arbusto.

Con ramas largas y en partes secas, casi marchitas, el insignificante árbol sintió el estertor de ave rondando sobre sus débiles retoños, percibiendo como éstos revivían ante la presencia del visitante, impulsándolos para que trajeran a este colibrí a libarlos a ellos.

El ave sintió el caluroso recibimiento, motivándolo a permanecer un poco más en sus retoños y saciar su sed.

Es gran momento, fue un episodio de magnificencia para los dos, estos seres vivos se entrelazaban en un singular encuentro.

El colibrí recibió su alimento y a su vez proveyó de vida al olvidado árbol.

Al cabo de unos instantes, la pequeña ave se sintió satisfecha y decidió marcharse, culminando así con ese inolvidable encuentro.

En suspenso











Continúo suspendido en un remanso del tiempo,
inerte, estático, yerto sobre la maleza.
Escucho simplemente mi respiro,
es el único destello que se relaciona con lo vivo.
Todo aquello en la memoria,
se arremolina intempestivamente, pero lo vomito;
lo que propone el devenir, no me apetece.
En este trajín de los días me encuentro auto eludido,
reusándome a departir, a pronunciar, siquiera a
esbozar algún pensamiento que ataña a mi persona.
Es justo, necesario, alejarme de mí,
para intentar vivir mi tiempo.

Destierro






















Es innegable, como a pesar de algún tiempo,

nada ha podido desterrarte de mí.

Ni el infame tiempo y sus macabros segundos,

han logrado tal hazaña.

Ni la luz dorada, que promete otros despertares,

han alcanzado a difuminarte de mi mente.

Qué decir de pensar en otros cuerpos,

lo cual refleja la aguda añoranza que tengo de tí.

Mucho menos esta ventisca gélida,

que quisiese arrasar con el más mínimo rastro tuyo.

Por esta razón vuelvo a decirme que;

Es innegable, como a pesar de algún tiempo,

nada a podido desterrarme de mí.

Ramo de nubes




Con el andar sereno y su paso ligero,


quizás estas nubes pasen por tu ventana.


Un poco más cargadas de agua,


o casi imperceptibles a tu mirada.


Cuando lleguen a ese marco


quiero que te hable de mí.


Por esto permanece atenta,


pues una tarde de estás,


un puñado de nubes te recordarán mi amor.