O esas diminutas partículas del tiempo quizá sean la vida.
Es cuando la adrenalina se ha presente con su efecto,
recordándonos: ¡ Esto es vida ¡
Como todas las mañanas la rutina ideal, justo a tiempo, el cronómetro preciso para iniciar con los ejercicios. Desde un principio mi mente es depositaria de un contenido de concentración tal, que inhibe sensación alguna durante este esfuerzo matinal.
Comienzo con un trote acelerado, intentando tal vez cumplir con esta empresa de 10 vuelta corriendo la deportiva. Mi organismo inicia abúlico, hastiado con la mera consecución de la rutina; pero al poco tiempo se ve subordinado por el fugaz mandato del cerebro, imponiéndole: tienes que hacerlo.
El sonido estridente propagado por los audífonos del aparato sónico, es un ingrediente más que favorece a obnubilarme. El cuerpo coordina brazos, piernas, hombros, muslos, cada uno de mis miembros, cada tejidos, conforma parte de esta orquesta dirigida por instintos infundados.
Así, suceden los minutos muertos en los que permanezco en trance, cual bulto inerte, depositando en la faz de mi frente la leyenda: tienes que correr 10 vueltas; ni una más, ni una menos, tienes que correr 10 vueltas.
Era tal la desconexión de este cuerpo y su contexto, que no alcanzaba a percibir ni los grandes goterones de sudor escurriendo por mis sienes.
De repente, se activa la mirada, mi sagaz ojo izquierdo percibe súbitamente una oscura sombra acercándose hacia mí. En una micro unidad de tiempo, inconcebible siquiera al pensamiento, esa señal hizo reaccionar la caja cerebral.
El hipocampo seguramente efectúo una combustión abrupta, expulsando lava química, diluida poco a poco en todo mi esqueleto. Esas vibraciones eléctricas, sensibilizaban con su sube y baja sin cesar, pero sin impulsarme a dejar mi rutina física.
Ocasionaron un golpe seco en el pecho, de tal magnitud que parecía expulsar el órgano conocido corazón, suministrando incertidumbre ante ese objeto desconocido que se dirigía hacia mía por aviso de mi ojos izquierdo.
Inmediato, quiere el cuello para apoderar con la mirada al sujeto, que me provocaba tanta angustia, figura que sin mayor reparo se acercaba repentinamente hacia mí, deseaba acecharme ferozmente
Continuando con el ritmo del ejercicio, percibí como esa amenaza, en un brevísimo instante se difuminó, sin embargo, continuaba con un enjambre de artificio en el tronco de mi cuerpo.
Traté de no descordinarme al correr, más ese ínfimo suceso proporcionó una tónica distinta a mi ejercicio.
Me percaté con nuevos bríos del entorno, del espacio, del tiempo, estaba en el momento adecuado en el instante preciso, sin darme aludido por ello.
De la dicha de respirar, de sentir útil todo tu organismo, de coordinarlo en un ejercicio motriz. De sentir la brisa húmeda sobre tus mejillas, de apreciar lo profundo del cielo, lo líquido del aire, lo vivo de todo lo que me rodea.
Son necesarias esas descargas de adrenalina que en ocasiones dan un giro completo a nuestra vida.
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