miércoles, 29 de junio de 2011

Humor líquido

Aunque las ansias de permanecer aislado claudican a ciertas horas del día;
éste no es uno de esos momentos.

Estoy sumergido involuntariamente en un nauseabundo océano de ruidos;
la olla express insaciable parece desbordar molestia,
el cuchillo automatizado por mano humana,
está desgarrando mis escasos nervios.
Esa frigorífica enorme se queja continuamente,
queriendo hacerse presente a como dé lugar.
Metal chocando con metal, con agua,
después estrechándose con el barro,
cristales, cubiertos...
Hasta el viento desea entrar en la comparsa,
utilizando la rendija de la puerta como medio para expresarse.
Sonidos más agudos,
los veloces motores que con celeridad fiera,
pisan el pavimento de las avenidas cercanas a mi casa.

Pero eso no es todo, eso no,
lo peor de todo es el estruendo ruido que llevo dentro.

Descargas de adrenalina

Ciertos instantes parecen sacarnos de nuestras vidas.
O esas diminutas partículas del tiempo quizá sean la vida.

Es cuando la adrenalina se ha presente con su efecto,
recordándonos: ¡ Esto es vida ¡


Como todas las mañanas la rutina ideal, justo a tiempo, el cronómetro preciso para iniciar con los ejercicios. Desde un principio mi mente es depositaria de un contenido de concentración tal, que inhibe sensación alguna durante este esfuerzo matinal.

Comienzo con un trote acelerado, intentando tal vez cumplir con esta empresa de 10 vuelta corriendo la deportiva. Mi organismo inicia abúlico, hastiado con la mera consecución de la rutina; pero al poco tiempo se ve subordinado por el fugaz mandato del cerebro, imponiéndole: tienes que hacerlo.


El sonido estridente propagado por los audífonos del aparato sónico, es un ingrediente más que favorece a obnubilarme. El cuerpo coordina brazos, piernas, hombros, muslos, cada uno de mis miembros, cada tejidos, conforma parte de esta orquesta dirigida por instintos infundados.


Así, suceden los minutos muertos en los que permanezco en trance, cual bulto inerte, depositando en la faz de mi frente la leyenda: tienes que correr 10 vueltas; ni una más, ni una menos, tienes que correr 10 vueltas.


Era tal la desconexión de este cuerpo y su contexto, que no alcanzaba a percibir ni los grandes goterones de sudor escurriendo por mis sienes.


De repente, se activa la mirada, mi sagaz ojo izquierdo percibe súbitamente una oscura sombra acercándose hacia mí. En una micro unidad de tiempo, inconcebible siquiera al pensamiento, esa señal hizo reaccionar la caja cerebral.


El hipocampo seguramente efectúo una combustión abrupta, expulsando lava química, diluida poco a poco en todo mi esqueleto. Esas vibraciones eléctricas, sensibilizaban con su sube y baja sin cesar, pero sin impulsarme a dejar mi rutina física.


Ocasionaron un golpe seco en el pecho, de tal magnitud que parecía expulsar el órgano conocido corazón, suministrando incertidumbre ante ese objeto desconocido que se dirigía hacia mía por aviso de mi ojos izquierdo.

Inmediato, quiere el cuello para apoderar con la mirada al sujeto, que me provocaba tanta angustia, figura que sin mayor reparo se acercaba repentinamente hacia mí, deseaba acecharme ferozmente


Continuando con el ritmo del ejercicio, percibí como esa amenaza, en un brevísimo instante se difuminó, sin embargo, continuaba con un enjambre de artificio en el tronco de mi cuerpo.

Traté de no descordinarme al correr, más ese ínfimo suceso proporcionó una tónica distinta a mi ejercicio.


Me percaté con nuevos bríos del entorno, del espacio, del tiempo, estaba en el momento adecuado en el instante preciso, sin darme aludido por ello.


De la dicha de respirar, de sentir útil todo tu organismo, de coordinarlo en un ejercicio motriz. De sentir la brisa húmeda sobre tus mejillas, de apreciar lo profundo del cielo, lo líquido del aire, lo vivo de todo lo que me rodea.


Son necesarias esas descargas de adrenalina que en ocasiones dan un giro completo a nuestra vida.

lunes, 30 de mayo de 2011

El encuentro del colibrí




Ya entrada la primavera, una de esas luminosas tardes, fui testigo de este encuentro.

Un ansioso colibrí ululaba entre las plantas del patio trasero de la casa; sus alas parecían vibrar de desesperación al no encontrar alguna exquisita flor que libar. Afanosamente, el colibrí rondaba todas las flores y hierbas sin reparo, hasta que vio aquel olvidado árbol del rincón, tras la maleza, que desde hace ya varias estaciones, no floreaba con exuberancia.

Era tanta la ansiedad del colibrí, que decidió agitar sus alas para volar hasta ese vetusto arbusto.

Con ramas largas y en partes secas, casi marchitas, el insignificante árbol sintió el estertor de ave rondando sobre sus débiles retoños, percibiendo como éstos revivían ante la presencia del visitante, impulsándolos para que trajeran a este colibrí a libarlos a ellos.

El ave sintió el caluroso recibimiento, motivándolo a permanecer un poco más en sus retoños y saciar su sed.

Es gran momento, fue un episodio de magnificencia para los dos, estos seres vivos se entrelazaban en un singular encuentro.

El colibrí recibió su alimento y a su vez proveyó de vida al olvidado árbol.

Al cabo de unos instantes, la pequeña ave se sintió satisfecha y decidió marcharse, culminando así con ese inolvidable encuentro.

En suspenso











Continúo suspendido en un remanso del tiempo,
inerte, estático, yerto sobre la maleza.
Escucho simplemente mi respiro,
es el único destello que se relaciona con lo vivo.
Todo aquello en la memoria,
se arremolina intempestivamente, pero lo vomito;
lo que propone el devenir, no me apetece.
En este trajín de los días me encuentro auto eludido,
reusándome a departir, a pronunciar, siquiera a
esbozar algún pensamiento que ataña a mi persona.
Es justo, necesario, alejarme de mí,
para intentar vivir mi tiempo.

Destierro






















Es innegable, como a pesar de algún tiempo,

nada ha podido desterrarte de mí.

Ni el infame tiempo y sus macabros segundos,

han logrado tal hazaña.

Ni la luz dorada, que promete otros despertares,

han alcanzado a difuminarte de mi mente.

Qué decir de pensar en otros cuerpos,

lo cual refleja la aguda añoranza que tengo de tí.

Mucho menos esta ventisca gélida,

que quisiese arrasar con el más mínimo rastro tuyo.

Por esta razón vuelvo a decirme que;

Es innegable, como a pesar de algún tiempo,

nada a podido desterrarme de mí.

Ramo de nubes




Con el andar sereno y su paso ligero,


quizás estas nubes pasen por tu ventana.


Un poco más cargadas de agua,


o casi imperceptibles a tu mirada.


Cuando lleguen a ese marco


quiero que te hable de mí.


Por esto permanece atenta,


pues una tarde de estás,


un puñado de nubes te recordarán mi amor.

lunes, 25 de abril de 2011

¿Cómo fue aquel momento?

Ese instante en el que me esfumé de tus deseos,
de tu intelecto, peor aún de tus sentimientos.
¿Cómo comenzó la inquietud por tocar,
por embriagarte de otro cuerpo?
¿Fue tan fácil deshacer todos esos momentos
de placer que compartimos juntos?
¿Fue tan sencillo extender los brazos
y arropar una piel desconocida?
¿Cómo fue aquél momento en el que sucumbiste,
en el que suplantaste, aunque sea tangiblemente
nuestro amor?
¿Así de simple se puede enterrar este tesoro
que construimos juntos, con aquel momento?