Fue sólo un descuido, esa noche fotografiaba la pared.
Era la pintura de marco dorado lo que deseaba fotografiar,
y vi que en ella también salió la charola con fruta,
al lado el canasto con limones.
Esta no era temporada, a pesar de ser trópico,
no es temporada de limones.
Como todas las mañanas Sonia Fallas abre los ojos,
los gallos de Aserrí aún no cantaban,
cuando se disponía a comerzar la faena; otra más,
lo de siempre.
Pero a esas horas, ni el rumor se hacía presente,
podía sentir el latido de su corazón, incluso escucharlo con retumbos.
Viendo hacia el techo, se mantiene estupefacta;
sentía como el calor de sus sábanas le tentaba a quedarse.
Pero Sonia Fallas era de sangre caliente,
del Pacífico en Quepos
y ella no aguantaba en la cama demasiado tiempo.
Poco a poco, se fue integrando con los impulsos del ambiente,
comezó el canta de un gallo a lo lejos,
otro más por allá.
Al poco tiempo ya se oía aquello como un coro.
El detonante fue un motor,
algún carro que bajaba al pueblo.
Al momento, Sonia Fallas recordó,
como en la barra de la cocina, junto a la charola con fruta,
permanecía su viejo canasto cargado con limones;
su lengua tocó su paladar para sentir el sabor cítrico,
tragó un poco de saliva amarga y,
con sus cinco sentidos,
Sonia Fallas se levantó de su cama.
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